http://www.rtve.es/television/20150414/lindano-maldito/1129547.shtml
Huesca: el ‘chernobil’ español
Sabiñánigo
(Huesca) esconde una de las catástrofes medioambientales más graves de
Europa, silenciada sistemáticamente por las autoridades. El origen del desastre
se llama Inquinosa, una empresa que entre 1975 y 1989 fabricó lindano,
un pesticida altamente cancerígeno según la OMS. Cientos de miles de
toneladas de residuos fueron vertidos ilegalmente en los basureros municipales.
La total inacción política ha multiplicado el problema hasta convertirlo hoy en
una bomba de relojería…
Inquinosa
: El origen de la catástrofe
En Santa
Eulalia de Gállego nadie bebe agua del grifo. Cualquiera diría que gozan de
una de las aguas más puras de España, la que procede del Gállego, un río que
nace en los Pirineos y desemboca en el Ebro, cerca de Zaragoza. Pero
Conchita Mallén, la tendera del pueblo, ni siquiera la utiliza para cepillarse
los dientes: “En casa solo la gastamos para la ducha. Para todo lo demás,
usamos agua embotellada”. Tampoco se atreve a lavar las verduras, ni siquiera
se la da a sus gallinas. La tendera, al igual que cientos de personas a lo
largo de la cuenca, no considera agua lo que corre por sus cañerías. Le parece
poco menos que veneno.
Por el curso
del Gállego hace años que fluye una de las peores catástrofes medio ambientales
de Europa. No se ve, no huele, pero lleva más de 40 años triturando el
ecosistema de la región y amenazando la salud de sus habitantes. Su nombre: lindano. Un pesticida prohibido hace 25
años en Europa por su enorme riesgo para la salud que se fabricó sin ningún
tipo de control en el pueblo de Sabiñánigo entre 1975 y 1989. La empresa
responsable fue Industrias Químicas del Noroeste SA, más conocida como
Inquinosa.
Debido a 27
años de inacción política, los cimientos de Sabiñánigo siguen cociendo a fuego
lento una sopa compuesta por más de 160.000 toneladas de residuos altamente
tóxicos. Según la Asociación Internacional de HCH y Pesticidas, los bellos
parajes prepirenaicos de Huesca acumulan más del doble de residuo de lindano
que toda Europa junta. Un compuesto químico que la Organización Mundial de la
Salud incluyó en junio de 2015 en el Grupo 1 de sustancias cancerígenas
para los humanos, la categoría más peligrosa.
Casi tres
décadas han pasado desde el cese forzado de su actividad, pero el esqueleto de Inquinosa
permanece inalterable como símbolo de la infamia empresarial y política. Del
mismo modo que el tiempo se congeló en Chernóbil tras el accidente nuclear de
1986, en Inquinosa el reloj se detuvo en cuanto el último empleado echó el
cierre a la puerta. Y eso, tal como demuestra un ejemplar de periódico tirado
en el suelo, ocurrió en 1995, seis años después de la clausura oficial. Atrás
quedaron documentos privados, material de producción, muestras de laboratorio, sacos
llenos de residuo tóxico, químicos listos para trabajar. Por alguna razón,
los trabajadores huyeron en desbandada. De no ser por la minuciosa labor de los
ladrones (no queda ni un solo marco de puerta), Inquinosa tendría hoy
exactamente el mismo aspecto que hace 20 años. Ni el ayuntamiento ni el
Gobierno de Aragón han acometido en todo este tiempo la limpieza y la
descontaminación del lugar.
“La
actividad de Inquinosa fue ilegal desde su apertura en 1975”, advierte Mariano
Polanco, activista de Ecologistas en Acción y el mayor experto nacional
en la catástrofe del lindano. “Por ley, no podía ubicarse a menos de dos
kilómetros de un núcleo de población, a menos de un kilómetro de una corriente
de agua y a menos de 500 metros de un pozo. Pero está a 200 metros de
Sabiñánigo y justamente sobre la terraza fluvioglaciar del río Gállego”. El
escándalo es tan evidente que alcanza lo grotesco. “Inexplicamente, el
ayuntamiento concedió en 1978 un permiso para enterrar los residuos tóxicos
en el vertedero municipal de Sardas, junto al resto de desechos urbanos. Y
al saturarse ese vertedero, se le dio licencia en otro nuevo, Bailín,
donde incluso se le delimitó a Inquinosa un área propia en la que vertió 60.000
toneladas de residuos”. Negligencia política: no hay duda, ya que ningún basurero
municipal estaba habilitado para almacenar residuos químicos. Corrupción: no se
ha podido demostrar. La historia tiene tantos puntos negros, tantos testimonios
que se niegan a hablar, que cuanto más se profundiza en el escándalo menos
certezas se obtienen.
En la
actualidad, el desmantelamiento del cadáver industrial de Inquinosa se
encuentra bloqueado en los juzgados, mientras el antiguo director general de la
firma, Jesús Herboso Pajarrón, disfruta de plena libertad de
movimientos. En 1994 fue condenado a dos meses de cárcel y a pagar un millón de
pesetas como responsable de los vertidos. En 2003, la Audiencia de Huesca
condenó a Inquinosa a pagar 6,5 millones de euros como indemnización, a los que
se suman otros 14 millones por intereses de demora. Nadie espera que los pague.
El Gobierno de Aragón se ha mostrado incapaz hasta la fecha de dar con los
responsables del intrincado complejo financiero al que pertenece hoy la
firma.
“No hay
forma de deshacerse de estos contaminantes, y menos en estos volúmenes”,
sostiene Polanco. “Se ha encontrado lindano hasta en el mismo delta del
Ebro, por lo que no es un problema local ni comarcal, es una afección que
podría destruir toda la cuenca del Ebro”. La Asociación Internacional de HCH y
Pesticidas concluye lo mismo en un informe: el problema sobrepasa con creces
las competencias autonómicas.
Los
ecologistas y los habitantes de la cuenca del Gállego temen que el Ministerio
de Agricultura y Medio Ambiente y el Gobierno de Aragón solo se pongan en serio
a limpiar los focos contaminantes cuando llegue la primera multa de la
Comisión Europea, que ya ha advertido repetidamente a España sobre este
particular. La inversión necesaria se prevé antológica. Solo a modo de ejemplo,
el Gobierno cifró en 700 millones de euros las tareas de limpieza del vertido
del ‘Prestige’, que echó al mar menos de la mitad de chapapote del que
Inquinosa excretó durante 14 años de actividad incontrolada.
Lindano,
un potente cancerígeno
Lindano es
el nombre comercial de un organoclorado cuya fórmula genérica es C6H6CI6. Se
basa en la actividad del isómero gama-hexaclorociclohexano (HCH). Solo se
aprovecha un 10% de la reacción química necesaria para producirlo.
Durante
décadas, se utilizó como potente insecticida en agricultura, como
antiparásito en ganadería y también en lociones para tratar piojos y sarna
en humanos. La Unión Europea lo prohibió en 1991. Desde junio de 2015,
el lindano es oficialmente cancerígeno para los humanos y está incluido en el
Grupo 1 del listado de la OMS, el más peligroso.
El lindano
se adhiere en el tejido adiposo, es bioacumulativo y es de casi imposible
metabolización. Produce alteraciones en el sistema nervioso central, incide en
la aparición de tumores en todas las vísceras y es además un disruptor
hormonal. Las glándulas mamarias son uno de sus principales focos de
concentración. De ahí su tendencia a producir cáncer de mama y su
capacidad para alterar el desarrollo hormonal y neuronal de los recién
nacidos.
No se ha
elaborado ningún estudio epidemiológico sobre las consecuencias del lindano
para la población de la cuenca del Gállego. Al no provocar efectos inmediatos y
visibles, es muy difícil relacionar el lindano con un tumor o un proceso
degenerativo concreto.
El
vertedero, una bomba de relogería
A orillas
del Gállego, la gente casi empezaba a olvidarse del lindano. Hasta que llegó el
verano de 2014. Inesperadamente, las aguas volvieron a bajar llenas de residuos
de pesticida. El Gobierno de Aragón tuvo que prohibir el consumo de agua
corriente con carácter inmediato y mandar cisternas de agua potable a los
pueblos. Durante meses, la presencia de residuos tóxicos alcanzó los 7,05
miligramos por litro cuando el límite autorizado es de 50 milésimas.
El origen
del desastre había que buscarlo río arriba, en Sabiñánigo, donde se estaban
trasladando cientos de miles de toneladas de tierras contaminadas a una celda
de seguridad ubicada a 500 metros de distancia del viejo vertedero de Bailín.
Por fin, las autoridades se habían decidido a actuar, pero la operación estuvo
tan trufada de negligencias (hasta 13 distintas, según la Guardia Civil) que cientos
de toneladas de residuos químicos enterrados durante décadas fluyeron
corriente abajo del Gállego. Las lluvias torrenciales de ese verano de
2014, las peores en medio siglo, se encargaron de multiplicar el desastre.
Más de 50
kilogramos de compuesto de lindano fluyeron limpiamente río abajo, provocando
una alarma sanitaria y medioambiental en toda la región. Hasta en Flix
(Tarragona), a 240 kilómetros de Sabiñánigo, se encontraron índices
elevados de pesticida. La propia Confederación Hidrográfica del Ebro denunció
al Gobierno de Aragón por este suceso, causa que todavía hoy investiga el juzgado
de Jaca.
Según la
Asociación Internacional de HCH y Pesticidas, el vertedero de Bailín es un
“megaemplazamiento” de lindano tan descomunal que sobrepasa los localizados en
Europa del Este, el Cáucaso y Asia Central. Y ya no es solo el pesticida. Bailín
acumula toneladas de mercurio, arsénico, benceno, clorobenceno y otra
decena de metales pesados y organoclorados de alta toxicidad, que bien fueron
usados como precursores químicos para fabricar lindano o bien se convirtieron
en residuos químicos posteriores a la fabricación. Fuentes oficiales
calculan que no menos de 120 kilos de esta poción mortífera se han estado
filtrando cada año a través de la arenisca de las rocas del basurero hacia el
río Gállego. La Unión Europea limita a dos kilos por año el volumen tolerable
de filtraciones en aquellos focos de contaminación que se consideran fuera de
control.
Las cifras dan escalofríos. Un solo gramo de polvo de lindano es suficiente para contaminar el agua de cuatro piscinas olímpicas. Un solo litro de la fase densa del agua (lixiviados) que hay en Bailín podría contaminar un millón de litros de agua. Desde 2004, los técnicos han extraído del vertedero unos 20.000 litros de lixiviados. Suficiente para contaminar toda la reserva hídrica de Aragón durante 15 años.
Ya en 1992,
un informe técnico indicó la necesidad de aplicar un “plan de
descontaminación integral de Sabiñánigo”, pero hasta 2014 el Gobierno de
Aragón no se decidió a actuar, y con nefasto resultado. Ni siquiera la nueva
celda de seguridad es fiable. Según un informe pericial del Juzgado de Primera
Instancia número 12 de Zaragoza, existe un “riesgo claro de inestabilidad del
vertedero de residuos peligrosos (seguridad insuficiente o rotura)”, mientras
que el Mapa de Riesgo Sismológico del Instituto Geominero de España advierte de
que está en un terreno geológicamente inestable con riesgo muy elevado de
movimientos sísmicos.
Con
semejante panorama, los habitantes de la cuenca del Gállego viven con la
certeza de que Bailín esconde una bomba de relojería, lista para volver a
estallar en el momento menos oportuno. Por su parte, la Consejería de Salud
instaló en 2014 filtros de carbono para depurar el agua en varios
municipios de la cuenca, filtros que siguen funcionando hoy sin solución de
continuidad.
El
Gállego, pánico a orillas del río
Pablo Vallés
es uno de esos moradores del Gállego que decidieron dar un paso al frente tras
el episodio de contaminación vivido en 2014. Junto a un grupo de vecinos de la
cuenca creó el Movimiento LindaNO, una plataforma surgida “de la
indignación de comprobar que durante meses se estuvo permitiendo a la población
consumir agua envenenada con lindano, en una concentración 15 veces por
encima de lo permitido por la Organización Mundial de la Salud”, explica
Vallés, gerente de un negocio de turismo rural en Murillo de Gállego. “Somos un
grupo completamente apolítico en el que están representados todos los
movimientos asociativos, sindicatos agrarios y ayuntamientos para requerir
información y para exigir la limpieza integral del río”.
Apenas 18
kilómetros curso abajo, en el pueblo de Biscarrués, los 50 vecinos están
levantados en armas contra el embalse proyectado por la Confederación
Hidrográfica del Ebro (CHE) en su municipio. Saben que el embalse de la
Peña, Gállego arriba, está contaminado con pesticida y no quieren que el
pesticida infecte también sus tierras. “El lindano se acumula en el río y en
los pantanos”, indica José Torralbal, alcalde de Biscarrués. “En lugar de dar
una solución al problema, lo que quieren es gastar dinero en una obra innecesaria
y no dedicarlo a la limpieza de los focos contaminantes que nos encontramos en
toda la cuenca. No es solamente el agua de boca la que está afectada. Todos los
regadíos de los Monegros y el Bajo Gállego podrían sufrir una catástrofe
si se produce una fuga masiva de lindano en Sabiñánigo, como ya ocurrió en
2014. Por eso es que nos sentimos estafados, engañados; como siempre, se nos
ignora. Se necesitan cientos de millones de euros para limpiar el Gállego, y
solo el Gobierno central tiene capacidad para financiar esos trabajos”.
Nadie en los
30 pueblos que viven a orillas del río ignora el asunto del lindano, pero están
ya resignados después de tantos años. La mayoría son ganaderos y agricultores,
si no retirados cerca de la jubilación. Conchita Mallén, propietaria del único
colmado que abastece a Santa Eulalia de Gállego, es de esas personas que han
optado por levantar la voz y luchar hasta donde puedan. “Sabemos que la
solución no es a corto plazo, pero deben empezar a trabajar ya. La dejadez de
los políticos hace que nos sintamos abandonados. De qué nos sirve que midan los
niveles de lindano regularmente, si sabemos que cada vez que llueve, el río
vuelve a arrastrar veneno”, denuncia indignada.
Javier San
Román, jefe del Área de Calidad de las Aguas de la Confederación Hidrográfica
del Ebro (CHE), ofrece un punto de vista menos alarmista: “Llevamos analizando
el agua del Gállego desde 1999, y a excepción de un episodo concreto en 2014,
nunca hemos detectado niveles significativos de lindano. Ahora llevamos muchos
meses en los que el índice es cero, la gente puede estar muy tranquila”. Para
San Román, lo ideal sería eliminar el lindano, si bien la legislación española
no lo permite. “Habría que incinerarlo o destruir sus moléculas mediante
desorción térmica, pero esto es algo que para cantidades tan grandes no se sabe
bien cómo abordar, así que por el momento se ha decidido sellar los residuos y
ver si en el futuro se puede abrir la celda e ir eliminándolo”.
Los
habitantes de la cuenca del Gállego no solo ven peligrar su salud, sino también
su modo de vida. Desde la agricultura ecológica de la confluencia con el río
Ebro hasta el incipiente sector del turismo rural y el ‘rafting’, que están
revirtiendo la despoblación de pueblos como Murillo de Gállego. “Lo que
no se puede hacer es lo que hasta ahora: no hacer nada y mirar hacia otro lado.
Sabemos que es un problema estructural, que cuesta mucho dinero y cuya solución
es a largo plazo, pero el objetivo final debe ser la limpieza del río mediante
la ayuda del Gobierno central y de la Comisión Europea si es necesario”, indica
el portavoz de Movimiento
LindaNO. En
contra de esta opinión, el jefe de Calidad de las Aguas de la CHE considera que
“el río es mejor no tocarlo”, ya que con la contaminación sedimentada no se
puede hacer nada. “Para extraer tres kilos de lindano, habría que mover
millones de toneladas de tierra y cargarse el río. Lo que se debe hacer es
atajar los focos de la contaminación en Sabiñánigo y dejar que la naturaleza
degrade los residuos depositados en el río”, advierte.
Reportaje
del ‘escarabajo verde’ : Lindano maldito
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